DECIMOSÉPTIMO RETO GENERAL DESIERTO

Por desgracia no es la primera vez que nos sucede, y también en esta ocasión hemos tenido que declarar como desierto el reto. En todo caso, estaréis de acuerdo conmigo en que el único participante merece el honor de tener su relato colgado por aquí para disfrute de todos, así que aquí os dejo el relato de Víctor, a quien por cierto, le compete lanzar propuesta para el siguiente reto. Un besazo.

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Muerte de una sombra.
No se cambió. Apenas saludó a su compañera en el cambio de turno y salió rápida del Pub London. Al los yuppies de los viernes, se le había ido de las manos el juego, y habían convenido que Marco, tendría que matar irremediablemente a una camarera esa misma tarde. Demasiado alcohol, y de la boca de Borja había salido entre risitas su nombre. -Sara-, había dicho guiñándole un ojo al supuesto asesino.

Sólo cogió el abrigo. En el bolsillo interior guardaba su cartera, y en el derecho las llaves del scooter. Arrancó la pequeña moto y enfiló la calle disparada, sintiendose perseguida por la muerte. Maldijo la luz roja del semáforo. A su derecha, la entrada del parking de unos almacenes le ofrecíó seguridad. Descendió su rampa a toda prisa, y sin darse cuenta desembocó en la planta sótano del centro. En la zona de menaje, compró un enorme encuchillo de cocina y se dirigió a la planta joven. -Buscando entre vaqueros tendría tiempo de tranquilizarse. -Pensó. -Faltaban dos horas para el cierre y entre ropa de sport, se sentiría confortada.

A última hora, la planta cuarta estaba ya casi desierta. La dependienta que se había convertido en su discreta sombra, colocaba ahora un perchero algo más allá, y Sara, con unos jeans se dirigió hacia los probadores.
Antes de entrar se arrepintió. Llevaba una treinta y seis y tal vez, sus caderas iban exigiendo ya una treinta y ocho. Entonces creyó verle a lo lejos. Un simple pestañeo y ya no estaba. Era el momento de tomar una decisión y la tomó. Sara entró en los probadores y corrió hasta el último. 

Era una estancia mayor y repleta de percheros que asomaban por debajo de la cortina. Además tenía el foco cenital fundido, lo que le confería una oscuridad acogedora. Entre tubos de acero se acomodo y esperó inmóvil, oyendo los latidos de su corazón desbocado. 

Lentos pasaron los minutos. Todo parecía tranquilo y las luces de la planta poco a poco, se iban apagando. Sara algo más relajada ya, se sintió estúpida y decidió salir de allí. -Sólo faltaba que cerraran el centro con ella dentro- penso, y con cierto estrépito abandonó su escondite y enfiló el pasillo con dirección a la salida. Casi había desembocado en la sala de ventas, cuando escuchó a su espalda una puerta y pies sobre la moqueta. Un escalofrío. Un momento de estupefacción presintiendo lo peor, y girarse acto seguido fue todo uno. En la semioscuridad del pasillo, pudo ver aquella sombra avanzando a grandes zancadas. Instintivamente Sara blandió el cuchillo. Aquel cuerpo enorme salto sobre ella para neutralizarla, pero ella lo esquivó hábilmente, clavandole al paso el cuchillo sobre el costado de su camisa clara. Él cayó de rodillas, la cabeza agachada y ambas manos oprimiendo su mancha de sangre. Era la oportunidad de Sara. Sin pensarlo volvió a clavar el cuchillo sobre su espalda. Notó como la hoja rasgaba la carne al penetrar. Esta vez un leve gemido se escapó de la boca del hombre. Aún lo hizo una tercera vez sobre la yugular, aunque más despacio, saboreando cada centímetro de acero hundido en la carne.

Todo había terminado. Necesitaba un servicio y llamar a la policía. Miró por última vez a su víctima, ahora de lado. A sus pies yacía un vigilante de seguridad agonizando.

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