ROMANCES

La mayor parte de los romances se hallan en colecciones del siglo XVI, aunque su origen se remonta al mismo momento en que surgió el castellano. Sea como sea, algunos han llegado a nuestros días y aquí os muestro dos de los más hermosos, sin duda: el primero quizá el más popular y conocido; y el segundo aunque nos resultará familiar en menor medida, igualmente bello. El nexo común entre ellos es el contenido amoroso, así como su estructura (regla de oro de los romances: versos octosílabos con rima asonante en los pares); aunque el segundo hace referencia también a la muerte otro tema muy recurrente a lo largo de la historia de la poesía, no son éstas las dos únicas materias de que se habla en el romancero viejo o tradicional, pues también era frecuente plasmar en ellos hazañas de héroes (si eran derivados de los Cantares de gesta) o de sucesos más o menos significativos de la época.

He respetado la grafía original de algunas palabras, así que no os asustéis si encontráis algún vocablo “mal escrito”. Espero que os guste leer ambos romances y  que os animen a participar en el reto de poesía que lanzó Víctor hace unos días.

ROMANCE DEL PRISIONERO
Que por mayo, era por mayo,
cuando hace la calor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor,
sino yo, triste y cuitado
que vivo en esta prisión
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avezilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero,
déle Dios mal galardón.
ROMANCE DEL ENAMORADO Y LA MUERTE
Un sueño soñaba anoche,
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores
que en mis brazos los tenía,
vi entrar señora tan blanca,
muy más que la nieve fría.

—¿Por dónde has entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.

—No soy el amor, amante,
la Muerte que Dios te envía.

—¡Ay, Muerte tan rigurosa, déjame vivir un día!

—Un día no puede ser,
una hora tienes de vida.

Muy deprisa se calzaba,
más deprisa se vestía,
ya se va para la calle
en donde su amor vivía:

—¡Ábreme la puerta, blanca,
ábreme la puerta, niña!

—¿Cómo te podré yo abrir
si la ocasión no es venida?

Mi padre no fue a palacio,
mi madre no está dormida.

—Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás, querida:
la Muerte me está buscando,
junto a ti, vida sería.

—Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare,
mis trenzas añadiría.

La fina seda se rompe,
la Muerte que allí venía:

—Vamos, el enamorado,
que la hora es ya cumplida.

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