Media Luna De Agua

Víctor nos brinda este maravilloso relato en honor al arquitecto Aníbal González, una persona a la que él estima mucho. Espero de corazón que os guste esta historia como a mí, cuando la he leído. Por favor, no dejéis de pasar y comentarlo. Un abrazo a todos/as los nuncajamasianos.



Media Luna De Agua
Aquella madrugada del treinta y uno de mayo, Aníbal rezó un avemaría conmovido ante el vértigo de los acontecimientos de los últimos veinte años de su vida. Lo hizo con emoción serena frente a la reja de la capilla del Carmen, de la que la ciudad, en muestra de gratitud, le había entregado una copia de la llave que guardaba siempre en el bolsillo interior de su americana gris, aunque aquella noche no la utilizó.

Cruzó después el puente de Isabel II mirando las estrellas diminutas sobre el infinito cielo sevillano, y murmuró algo en francés recordando al ingeniero Eiffel, del que los que le conocieron decían que era tan buen tipo como estructurista.

Así desembocó en la margen izquierda de su río. Amaba al Guadalquivir como a un amable pariente que lleva en sus venas tu misma sangre, y amaba a Sevilla y ese aire innovador al que él tanto había contribuido, sacando a las avenidas el azahar desde el interior de sus patios, azahar ahora cuajado en diminutos frutos colgantes de jóvenes naranjos robustecidos por el clima.

Recorrió la dársena ceremoniosamente; primero, a su izquierda, la Maestranza, cuyas obras de remodelación había concluido el año anterior con división de opiniones de la cicatera burguesía sevillana, para llegar hasta la Torre del Oro. Aspiró el olor a jazmines y a peces de río y un reloj a lo lejos dio las tres.

Sabía bien hacia donde le dirigían los pies aunque su cabeza prefiriera ahora no pensar en ello, de modo que por la acera del hotel Cristina primero, y luego junto al cerramiento del Alfonso XIII, diseñado por su buen amigo José Espinosa y Muñoz, llegó hasta el fin del trayecto, su Plaza de España. 

Franqueó sin dificultad al guarda jurado de la puerta, al que con la última moneda de dos reales que llevaba en el bolsillo del pantalón sacó un “Buenas noches don Aníbal” tan ceremonioso como siempre. Desde el comienzo de su construcción hacia once años, el Juanes, al que él mismo había colocado ya durante los primeros trabajos de explanación del terreno para guardarlo durante las noches de buscones y raterillos, estaba acostumbrado a las insomnes visitas de Aníbal González a cualquier hora, obsesionado por su trabajo, por lo que tampoco esta vez se sorprendió, aunque al arquitecto, al final, no le permitieran concluir el proyecto. 

La exposición universal, tras veinte años de preparativos, había comenzado con gran éxito. La admiración de ilustres visitantes alemanes, franceses, portugueses, y las visitas continuas de los representantes del gobierno de Primo de Rivera, hacían de la ciudad motivo de infinidad de artículos en la prensa de toda Europa. 

Por el día visitas oficiales a la muestra, discursos ampulosos y comidas pantagruélicas. Por la noche en casa Amparo muchachas jóvenes y limpias, verdaderas lozanas andaluzas que nunca decían que no, hacían el deleite de cuantos prohombres pasaban por allí. 

Aníbal caminó hasta ponerse delante de la fuente que a última hora Traver se había sacado de la manga, y que tantas críticas había tenido. Era cierto que rompía el ambiente grandioso y de desafío neomudejar a la Giralda, como comentaban unos y otros. 

Aquella plaza era su obra, su gran obra maestra arrebatada por la dictadura hacía tres años y puesta en manos de José Cruz Conde cómo comisario regio de la misma y del arquitecto Traver, a quien le encargaron la responsabilidad de terminar algunos trabajos pendientes, carpinterías y poco más. Traver, corto de ingenio como era notorio, se había limitado a dejar su impronta con aquella fuente que en la madrugada plasmaba una nota de rumor de agua.

Paseó los ojos por el estanque en forma de media luna y algo se removió en su interior recordando a Ana. Desde el momento en el que Aníbal se licenció en arquitectura, la actitud de su futuro suegro José Gómez Otero, arquitecto sevillano bien posicionado, cambió sustancialmente. Le aceptó a su mesa y muy pronto comenzaron los planes de boda. Ana había sido la novia perfecta, enamorada discreta, acostumbrada a ver siempre a su madre a la sombra del gran arquitecto, enseguida encontró su lugar junto a Aníbal ya como esposa. Amante de las letras y seguidora de Rosalía de Castro, solía escribir a su esposo poemas de amor dulces y exquisitos y todos, absolutamente todos, con la firma de media luna de agua, con el dibujo al lado de una media luna idéntico al del lago navegable de la plaza con el que él, en justo homenaje hacia ella, había enmarcado interiormente su obra maestra.

Cada una de las cuatro torres, unidas entre sí por la línea común del edificio semicircular de cerramiento mudéjar, simbolizando los cuatro reinos de esta España vieja y conglomerada de culturas, también simbolizaban íntimamente cada uno de los lustros vividos junto a ella, tiempo de progreso económico, social, profesional y de serena madurez del amor que sentía por su esposa. Ana había sufrido como él las injurias del olvido de los últimos tres años. Pasó de ser la consorte del comisario regio, artífice de las trasformaciones urbanísticas sevillanas del decenio pasado, de las cenas de gala y las reseñas en el ABC, al silencio, al ostracismo, a las cabezas vueltas a su paso, y últimamente entre deudas e intereses de prestamos en mora, a la ruina social primero y económica después.

Pobre Ana. Para ella también debía ser muy duro todo aquello, aunque nunca hiciera por decir ni esta boca es mía. Aníbal volvió sobre sus pasos hasta el punto medio del diámetro imaginario del semicírculo. Era su punto de perspectiva favorito. Tras revisarlo todo con su mirada adiestrada en descuadres y cambios de tono, avanzó hacia las escaleras de la izquierda y subió al corredor de la entreplanta que discurría por el interior del edificio abierto a la plaza. Entre la media luna de agua y él mediaba una balaustrada de cerámica cuyos bocetos, uno a uno, había llevado en persona a Mensaque para su confección. Bajo el balaustre, cuarenta y ocho espacios dedicados a cada una de las provincias españolas, con su hornacina ahora con libros de autores nativos de las mismas, con su banco de azulejos de cuerda seca y su mural también de azulejos dedicado a personajes ilustres o momentos destacados de cada una de ellas. Conocía de memoria los detalles de todos los mosaicos, cada pieza, cada enmarcado de ladrillo de cara vista, cada pilar, cada dimensión, cada detalle de la plaza…Fue recorriendo parte de la entreplanta semicircular y con ello repasando mentalmente cada lustro de los últimos veinte años de su vida junto a ella. Los tres primeros deliciosos, claros, diáfanos y trufados de pequeños detalles preciosistas y luego el cuarto, con todos aquellos acontecimientos desgarradores de su felicidad y su prestigio carcomiéndole el cerebro. No quiso seguir con aquel recuerdo y descendió por la escalinata del bloque central bajo el porche inmenso, directo al tercer puente que cruzaba la media luna de agua, justo el tránsito en el que todo empezó a torcerse, el punto en el que su vida debería de haberse quedado suspendida como un zeppelín sobre el cielo velazqueño de Sevilla, antes de que le acusaran de estenuamiento físico y psicológico y se lo arrancaran todo de las manos con aquella vil excusa.

Ascendió los nueve peldaños del puente pesadamente, acariciando el pasamanos con la yema de los dedos, sintiendo cada resalte, sintiendo miedo del descenso que venía a continuación y, al coronar, se sentó sobre el pretil apoyando su espalda contra uno de los pilares truncados que lo adornaban, con la mente huyendo de todo, con la vida sin querer ser vivida por más tiempo.

Después de unos minutos, que transcurrieron nebulosos, con esfuerzo de hombre profundamente católico y resignado por ello, buscó apoyo tras de sí para intentar bajar del pasamanos del puente y marcharse a casa. Todo ocurrió tan rápido que Aníbal no tuvo tiempo de ser consciente de lo que estaba pasando. La mano derecha tan solo encontró oscuridad en la que impulsarse. Aire que gaseoso y fresco zumbó levemente cuando su cuerpo en vez de hacia delante, como esperaba, cayó hacia atrás, al vacío y sobre la media luna de agua, permitiéndole ver por última vez la plaza de abajo a arriba como si estuviera dentro de su propio plano de planta y recortada contra la negrura del cielo. Entonces, a lo lejos, un reloj dio las cuatro, mientras con gran estruendo entraba en los escasos cincuenta centímetros que hasta los aliviaderos había desde el fondo. Era la profundidad justa para que la quilla de las barcas a plena carga navegase con holgura, pero insuficiente colchón para un cuerpo adulto que penetraba violentamente y recogido sobre sí mismo, de espaldas en una postura grotesca.

Cuando las ondas negras se calmaron, ya Aníbal había tenido tiempo de sentir sorpresa, pavor, el refrescante contacto del agua, su cráneo golpeando contra el fondo y su cuello doblándose de manera inverosímil con una descarga eléctrica por su espina dorsal tan violenta como instantánea. Después, una paz inmensa mientras sus fosas nasales se inundaban del líquido agradablemente, llegando a su garganta primero y luego a sus pulmones. Su último instante fue en recuerdo de Ana. Vio con claridad el óvalo de su rostro por encima de la superficie con una mirada clara de aquella novia, que le entregaba un poema de amor, la mano tendida con el papel caligrafiado e impoluto. Al pie de los versos, firmado por media luna de agua y justo al lado, el dibujo del estanque coloreado de azul. En ese momento, su cuerpo descansó suavemente sobre el lecho duro del lago navegable.

 Fotografía: www.fotografías-sevilla.com






Fotografía: www.fotografías-sevilla.com


Tenía razón Víctor al pedirme que colocase fotografías en este post de la Plaza de España sevillana, pues con ellas la historia cobra aún más sentido, belleza e intensidad. Confieso públicamente mi total ignorancia,:jamás he estado en Sevilla y tampoco sabía de este fabuloso arquitecto; pero viendo esta hermosa plaza, su arquitectura me ha conquistado. Gracias, Víctor, por este maravilloso texto.

2 hablaron:

  1. Siento que se visualice tan mal, máxime cuando el texto no es mío, sino de Víctor. He tenido que trabajar con el HTML del texto, porque había unos saltos increíbles y problemas de alineación... típicos de importar al blog un texto desde word, pero no he podido solventar todos. Espero poder hacerlo en los próximos días.Sea como sea, no dejéis de leerlo porque la descripción es formidable. Un abrazo a todos/as.

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  2. Gracias mil por el trabajo. Te debía esta respuesta llena de gratitud, sabedor de que quizá no resultara sencillo. Las fotos acompañan perfectamente el texto, sobre todo para quienes aún no han paseado sus ojos como lo hiciera Aníbal aquella noche, por tanta maravilla arquitectónica.
    Lo dicho, gracias otra vez por el trabajo y por la invitación a su lectura.
    Besos literarios.

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