EMPATE EN EL DECIMOCUARTO RETO GENERAL

He aquí los dos únicos textos participantes en el reto que nos planteó Maat. Tras varias ampliaciones para abrir la participación a más gente y lo mismo para las votaciones. Dado que nadie ha votado, lo hablé con Esther y acordamos que lo mejor era declarar empate. El primero de los relatos corresponde a Esther y el segundo es el mío. Se nos exigía usar una serie de palabras, algunas un tanto complicadas y la historia además debía desarrollarse en el Serapeum.

EL VALOR DE LO PROHIBIDO

La piel terrera y durmiente, la hamaca de esa gran ciudad, parecía haber despertado de su letargo ¿Por qué hicieron eso los dioses? Deberían de estar muy enfadados con algo; un enigmático atril de incógnitas.Sonrisas de números extraños que eran incapaces de descifrar. Habían elegido precisamente la época posterior al solsticio, como si ello tuviera una importancia majestuosa para ellos, que se esconde tras los velos del mundo. Después, el gran grano de pus misterioso, exhaló un grito de humo; sus lágrimas de roca y una canción. Pompeya se ahogaba en susurros de lava y piedra, presencias extrañas ausentes de porqués. 

Ella bajó con su bata de gasa, quizás, un tejido suave que su aventurero marido habría comprado en algún lugar lejano. Nadie sabía cual. Apenas cruzaban sus puertas las palabras, apenas tocaban y llegaban al corazón. Se habían perdido en lunas solitarias. Sólo en la noche de bodas había sentido lo más parecido a lo que era el amor; eso creyó, la que era, entonces, una jovencita inexperta de 15 años. Ahora sabía que, simplemente, fue un barco del deseo. Un pasatiempos de otoño. La llama de vela fugaz, que se fulmina en el ambiente de un descubrimiento. Pero, las continuas ausencias de su marido, resbalaban como serpientes y arañaban su corazón. Año a Año. Día a día. El más hondo cuenco del silencio, de la indiferencia. El vacío abrazo de la soledad. Ahora se dirigía hacia las alas de su libertad, hacia el alero del cariño que le hacía volar. Salió de su jaula de cristal, de negra y gótica soledad. No le importaron las rocas que caían del cielo, gritantes de furias secretas; nada podía detener su carrera. Ahora menos que nunca.

Allí estaba Lucius, en la periferia de la gran ciudad, comiéndose un trozo de queso. "Es fuente de calcio" , le había dicho alguna vez y ella le miró como en un sueño. Ahí estaba esperándola, sentado en la cocina. Porque a Lucius no le importa inmiscuirse en el baúl de una espera interminable. Podían ser semanas, días, horas; Amor espera siempre y sube por la espalda. Te envuelve en su aliento y te susurra al oído. No es sólo un bailarín de esa danza antigua de trapecistas desvaídos . Son unos ojos que se miran en los diarios de un café. Un alféizar que compartir de vez en cuando y en el que andar horizontes del mundo. Un bastón de vejez. Y Lucius era todo eso.

- Ven, tengo algo para ti- le dijo y acto seguido le hizo pasar a la estancia principal.- Quédate ahí - le advirtió, mientras sus pasos se perdían en el oscuro umbral del misterio. Enseguida volvió con una hermosa flor con pétalos de sol.
- ¡Oh! ¡Qué bonita! ¿Qué es?
- Eres tú.
- ¿Cómo voy a ser yo?- ella sonrió.

Otro detalle. Y eran esas pequeñas cosas, esa pequeña orquesta de violines de palabras, lo que hacía que se perfilara en el tiempo, que su figura huyera de los velos invisibles del mundo. Era lo que les permitía acercarse con alas de hada cada vez que el gran medallón del cielo abría los ojos de su letargo o, dejaba ondear su pelo dorado en la bandera celeste o, quizás decidía dar paso a las canciones de cuna. Era el lenguaje de las hadas.

- Venga, dime qué es.
- Es un
acoro bastardo- atinó a decir él y se la puso en el pelo.

De repente, ella miró por la ventana. El allanamiento de una noche tempestiva, imprevista, rápida, había estrangulado el azul del cielo, condenándolo a una mazmorra de exilio.

- Parece el fin del mundo. Estoy empezando a coger miedo. No sé cómo puedes estar tan tranquilo.
- Los instantes junto a ti valen más que mi propia vida. No tengas miedo. Yo te protegeré.- Esa noche hicieron el amor. Una tibia caricia. El cálido abrazo de un claro de magia. Unos besos de mares de océano. El galope fugaz del Unicornio. Estaba mal, lo sabían. Pero, la piedra de la indiferencia había machacado el corazón de ella demasiado tiempo, mientras que a él le movía el diablo del amor, que agitaba la férrea porra de su locura. Luego, juntos, cayeron en un sueño. De nuevo, quedaron abrazados a la almohada de un momento, momentos de panes de vida, pues precisamente estos les hacían vivir.

Los gases del enérgico brazo del volcán llegaron y con su halo de transparencia mortecina envolvieron a los durmientes en su tela de eternidad.

En los tejados desconocidos del mundo, allá donde los ojos de los vivos no alcanzan a ver, cumplieron su sueño: visitar el Serapeum de Alejandría. Y siguieron dibujando un para siempre. Porque un volcán puede llevarse vidas pero, no un verdadero amor.

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SAQQARA
Como buenos egiptólogos elegimos el 22 de junio, día del solsticio de verano para adentrarnos en los secretos del corazón de aquellas rocas, pues la luz esa jornada tenía un matiz especial, y nos dejamos llevar por el afán de aventura y la emoción de observar con detalle y sin testigos aquellas galerías. Hartos de las aburridas conferencias del congreso sustituimos esa mañana nuestra bata de laboratorio por ropa más acorde a nuestra categoría de exploradores. No importaba el precio a pagar por nuestra osadía. 

Un grito aberrante casi inhumano, desató nuestros miedos más ancestrales al introducirnos en los confusos y oscuros pasadizos del Serapeum., pero la mayoría (salvo yo) temía al dolor, al sufrimiento, a lo que nos deparaba aquel sitio… nunca a la muerte. Inconscientemente nos apiñamos unos con otros, aunque tratábamos de disimular nuestro temor con muecas de burla y escepticismo. Resultaba imposible que alguno de nosotros hubiese emitido tan angustioso alarido (tanto por la procedencia como por la desazón tan intensa que nos provocó). Más propio de un muerto o de alguien agonizando, aquella certeza de que algo terrible estaba sucediendo a pocos metros por delante nuestro hubiese bastado para salir a la carrera, pero una vez más la curiosidad avivó nuestros pasos. En nuestro razonamiento interno el fundamento ilógico en que se sustenta el pánico se convirtió en una leve gasa con que suplimos la falta de valentía que nos acosaba por momentos. 

El dios Serapis, desde columnas y jeroglíficos  reía socarronamente ante las muestras de nuestra debilidad humana y parecía acusarnos de allanamiento con la crueldad con que un bastardo reprocharía su condición a sus padres. Hasta el vuelo de una mosca nos hacía temblar ante lo desconocido. Pero el orgullo unido a la curiosidad dibujaba en nuestras mentes una falsa seguridad que para nada sentíamos, y seguíamos avanzando a pesar de la asfixiante humedad o la penumbra. 

Aquellas esfinges que velaban en el corredor por los moradores de las tumbas que había al otro lado, lejos de parecerme inigualables obras de arte, me resultaban espeluznantes vástagos del mal. Mi imaginación trazaba impulsivamente escenarios o personajes en los que ubicar aquellas imponentes figuras tratando de atajar mi zozobra, empero no lograba sino que todos los huesos de mi cuerpo se aflojaran estremeciéndose como desnudos repentinamente del calcio que los recubre. 

Ya en el umbral de la primera sala mortuoria había una terrera y en su cumbre un gran ídolo de idéntico material franqueaba la entrada con su insolente mirada terrosa. Un escarabajo recorría impertérrito uno de los musculosos brazos del guardián, sin dejar la más leve huella de su paso. El detalle de las vestimentas y la precisión de las formas del peculiar vigilante incitaban a creerse ante la reencarnación viva del dios egipcio Serapis. Y ensimismados por la belleza de la estatua dos de nosotros cometimos el fatal error de tocarla. Intuyendo tal intención escapé, cayendo de bruces a pocos pasos. Gritos de voces familiares me inmovilizaron. Cuando reaccioné sólo quedaban los cuerpos descompuestos de mis amigos.
(***)
Leo y releo las anotaciones de la sesión de hipnosis del único superviviente, (antes de que las autoridades le consideraran desahuciado), y el miedo salta de los papeles a mi piel como el agua de la fuente impulsada por el viento. 

Llevo años tratando de comprender qué sucedió tras aquellos muros en la ciudad de Saqqara, pero la posible verdad me acobarda tanto o más que lo que sé por ahora, y me invita veladamente a detener mis pesquisas en uno u otro momento. 

(***)
Visitar frecuentemente a José (el único vivo de los seis de aquel equipo), bajo la perpetua supervisión de dos celadores y una veterana enfermera entregada a su trabajo con la misma diligencia que una recién llegada, no me ha ayudado hasta hace tan sólo dos tardes… justo treinta años después de la tragedia en pleno delirio, pronunció palabras con cierto sentido: “Egipto es un mar de dunas, arena, tumbas, maldiciones y misterio. Sólo los que no tienen miedo a la muerte son dignos de desvelar el gran secreto del Serapeum”, dijo. No obstante, sus continuos espasmos, babeos y risotadas compulsivas salpicaron a cada instante la frase restando crédito a mis oídos. 

La rotundidad de su tesis me hiela la sangre. Y llego a la desconcertante conclusión que mi hermana como aquellos otros cuatro amantes del antiguo Egipto conocía plenamente el pago exigido, y ciegos por alcanzar el conocimiento regalaron su cuerpo a la muerte con todos los honores tocando aquella estatua. Análogamente una lástima infinita me embarga por el único que no quiso llegar tan lejos. Me atrevo a opinar que la pérdida de su cordura es un precio demasiado alto respecto a la recompensa del más allá de la que disfrutan sus cinco amigos desde hace tanto.

2 hablaron:

  1. Hola, la intención del comentario que hice es que fuera una votación pero me fue dificil llevarla a cabo por lo que, aun consciente de su invalidéz, opté por el empate porque ambos relatos me gustaron.

    Enhorabuena a ambas por superar un dificil reto y siento Maat no haberlo conseguido.

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  2. No te disculpes Carlos. Por lo que sea, el reto no ha cuajado. De hecho, al menos tú diste el paso de intentar votar o comentarlos el resto no lo han hecho, así que tu gesto te honra notablemente. Un abrazo.

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