Relato del duodécimo reto general (San Valentín atípico)

Recopilo las normas de este reto, para que comprendais a qué nos referimos catalogándolo de "San Valentín atípico". La propuesta conjunta, partía de Maat y de Sara que fueron las ganadoras del reto anterior. En esta ocasión la dificultad estribaba en hablar del amor sin poder usar las palabras: amor, beso, cariño, enamorarse (ni cualquiera de sus conjugaciones), querer y amar. La extensión no debía sobrepasar las 700 palabras.

Éste ha sido el relato más votado, pero creedme, hay un talento enorme entre los nuncajamasianos. Sólo teneis que pasaros por el foro para comprobarlo in situ.


LA ROBLA RECUERDOS

El exterior me parece un mundo ajeno. Los recuerdos compungen mi corazón… añoro los tiempos pasados. Supongo que siempre he tenido alma de vieja. Hoy camino de Guardo, me siento más que nunca como la estatua sobre la que se posan palomas, sin poder moverse para espantarlas. Así me sucede con los recuerdos: quisiera borrarlos de mi memoria, pero permanezco inmóvil; porque el dolor de retomarlos me hace sentirme viva y es la única forma de que ellos me retengan junto a ti.


Con frecuencia echo de menos esa ilusión de antaño, hecha ceguera en que no me importaba recorrer kilómetros y kilómetros desde Bilbao para reunirme contigo. Éramos jóvenes; hoy en cambio, mis huesos protestan quejicosos al más mínimo movimiento. “Son los achaques de la edad”, me dice el médico y salgo de consulta con la sensación de que tengo muchas cosas pendientes de hacer y mentalmente confecciono una lista en cuanto salgo del ambulatorio.


Y ya a ves en pleno temporal de febrero, me he montado en el viejo tren de La Robla, “El hullero” como le conocíamos, para que el olor a montañas contagie mis cabellos ya canos del frescor que impera en ellas, y para que el sabor del mar se me adhiera a la garganta. Aunque el traqueteo del tren viejo era más romántico, la ventisca que entra por la ventanilla (ligeramente bajada) me trae esas sensaciones insustituibles que quiero llevar conmigo siempre y de las que nunca nos cansábamos. 


Las lágrimas emborronan las imágenes y no sé si lloro de pena por el pasado o por el frío que además provoca volutas de vapor cada vez que respiro.
 

Hemos dejado atrás hace rato Espinosa y Arija, y mi corazón intuye la proximidad de Guardo. Allá, traspasados varios miles de colinas y curvas que voy tachando mentalmente, en la cuenta regresiva que me mantiene expectante por ver cómo está aquello ahora.


Quiero pensar que en el andén estarás esperándome con tu sonrisa prendida en la solapa de tu boca y con los brazos bien entrenados para esos abrazos que no saben igual en los estrujones de otras personas.



Puede que me hayas olvidado. Sí, estoy segura; lo habrás hecho. Tal vez ni siquiera vivas ya en Guardo o tu aspecto sea tan distinto al de entonces, que aunque nos crucemos, seamos incapaces de reconocernos. Y aunque no fuese así qué podríamos decirnos después de tantos años y tantas vidas duplicadas reviviendo con otros, lo que cuando nos conocimos nos pareció eterno e incombustible.
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Dos días después

Luis espera en el andén aterido de frío. Frota sus manos tratando de calentarlas. La mirada ausente. Un recuerdo huye en forma de lágrima; consiente que lave su rostro para sentir ese maravilloso dolor por los momentos irrecuperables que vivió en ese mismo apeadero hace tanto. Por eso está ahí: hoy es el cincuenta aniversario de la tercera espera que hizo en aquel lugar; la más importante para los dos, la auténtica. Es un dolor con sabor a morriña. Le cuesta recordar con nitidez qué ha comido o qué ha hecho esa misma mañana; pero ha vivido marcado por la eterna presencia de esa mujer en su recuerdo. 


Sonríe disimuladamente al rememorar las pequeñas discusiones que tenían. Eran riñas tan inocentes que siempre acababan riéndose y cogidos de la mano o del brazo. No sabe qué espera exactamente después de tanto tiempo, pero necesitaba acercarse hasta estas vías.


El tren llega puntual. Hoy lo hace con menos gente o así se lo parece. Busca entre los pasajeros esos inolvidables ojos que le contaban todo en un pestañeo, pero el tren deja a sus viajeros y sigue camino. Se siente desolado y absurdo. Permanece por unos minutos más, observando a los recién llegados. Se gira para regresar a casa. Pisa un papel y éste cruje bajo su suela. Lo echa un vistazo: “Querido Luis” comienza. Lo toma por una broma macabra, pero aun así prosigue leyendo: “Cuando leas esto, yo ya estaré muerta”, sus manos tiemblan: ” (…) pero si este papel llega a tus manos, es porque Dios me habrá concedido un último deseo (…)”. A duras penas llega a la firma. Simplemente… llora.

2 hablaron:

  1. Lo he vuelto a leer... y han vuelto a brotar mis lgrimitas

    felicidades rumpel!!!

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  2. Gracias Malvi. A mí se me saltan las lágrimas de risa cada vez que te oigo el comentario, porque aunque es verdad que es un amor eterno y la historia es un poco triste mi pretensión no era animaros a usar pañuelo ji, ji. Un abrazo, guapa.

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